Explosión Literaria

Pensar la literatura en relación con el arte, la fotografía y el cine puede ser un camino mágico que merece ser compartido.

Valerio Massimo Manfredi

Cuando la historia es una gran novela épica
Entrevista en Módena con uno de los reyes de la narración histórica. El autor italiano de la famosa serie Aléxandros habla del fenómeno editorial del género, de sus investigaciones y del lugar que ocupa la imaginación en sus documentados y trepidantes libros
Por Elisabetta Piqué Corresponsal en Italia - Módena, 2010
Manfredi reveló cómo llegó a ser tan conocido en Italia -donde condujo varios programas televisivos de historia- y a ser considerado en el mundo (mal que le pese) una suerte de "rey" de la novela histórica.
La serie Aléxandros , que escribió en 1998, vendió seis millones de ejemplares y fue traducida a treinta y seis lenguas en cincuenta y cinco países. "Escribí la trilogía como en apnea, sin parar nunca para mantener la tensión y la excitación. Escribí mil ciento setenta y cinco páginas en once meses: es una exageración y también una blasfemia, porque una opinión difundida entre los escritores es que debe haber una suerte de maceración... Pero el mío es otro modo de escribir, que hace que uno arrastre al lector en un vórtice", explica.
Manfredi, casado con una estadounidense y padre de dos hijos (Giulia, de 25 años y Fabio, de 22), escribió muchos otros libros exitosos. Y acaba de publicar un thriller político, Los idus de marzo , sobre el asesinato de Julio César. Nacido en Piumazzo, pueblito de la provincia de Módena, en la región de Emilia Romaña, en los años 70 se dio cuenta de que tenía talento para escribir. En ese momento, enseñaba en la universidad Arqueología y topografía del mundo antiguo, tras haber estudiado Letras Clásicas en la Universidad de Bolonia y haberse especializado en topografía del mundo antiguo en la Universidad Católica de Milán. Fueron sus estudios, junto a sus apasionantes viajes y aventuras por el mundo (en Oriente, Pakistán, Afganistán, Irán, Irak, Marruecos, Jordania, etcétera), lo que permitió que fuera madurando en su interior el mundo que luego saldría a flote en sus libros.
-¿Escribía de niño?
-No, de chico leía muchísimo, porque al estar cinco años pupilo en un colegio, tampoco había muchas otras distracciones...
-¿Y leía de todo?
-De todo. Pero me gustaban mucho la aventura, los viajes. Julio Verne, Emilio Salgari, pero también otras cosas. A los 16 años había leído todo Edgar Allan Poe, Dickens. Me gustaba escribir, por ejemplo, las redacciones para la escuela. A los 20 años, como todo el mundo, yo también probé escribir. Justo el otro día encontré en el archivo, poniendo un poco de orden, una carpeta que decía "Intentos literarios". Y hay poesías de cuando estaba en la secundaria. Creo que todos hemos escrito poesías en la secundaria...
-¿Cómo fue el paso hacia la novela histórica?
-A la novela en general, porque yo he escrito de todo. La mitad de mis libros está ambientada en el presente: El oráculo (años 70), La torre de la soledad (años 30), Quimaira (ahora), El faraón del desierto (tercer milenio). Es decir, no tengo límites. Por otra parte, creo que todas las novelas son históricas. ¿Quién puede escribir una novela fuera de la historia? ¡Dios! Empecé a escribir por pura casualidad. Yo hacía unas pequeñas colaboraciones para una editorial de Bolonia. Ellos publicaban sólo clásicos, porque no pagaban derechos de autor... Un día la editora me dijo que iban a sacar una serie de narrativa, pero esta vez original y me preguntó: "¿Por qué no probás vos también? Sé que estás en el Instituto de Historia Antigua". Le contesté que nunca lo había hecho, pero que podía probar. Fue así como escribí una novela (en verdad, la mitad de una novela, porque ellos no querían que superara las 150 páginas) que se vendió bastante bien.
-¿Por qué se leen las novelas históricas?
-Creo que la gente lee lo que le gusta, lo que considera lindo y apasionante. De qué tema se trate es un problema secundario. Como dije antes, no existe una novela que no sea histórica porque ¿cómo se hace, si no, para ambientarla? Para mí, más que la novela histórica, lo que fascina es la Antigüedad. La Antigüedad fascina porque vivimos en una dimensión cada vez más aleatoria, en una situación en la que prácticamente el ser humano, el individuo, es como una hoja al viento. Ya no hay más ideologías, no hay más creencias. La religión sufre por varios motivos. No hay más un punto de referencia: la globalización ha roto todos los obstáculos, todas las separaciones, pero también todas las formas de contención. Si uno va al pueblo a comprar algo, hay cosas chinas. Ya no existe el mundo al que estábamos acostumbrados y las personas tienen la impresión de no ser importantes. Las sociedades son cada vez más grandes y el individuo está cada vez menos presente o es cada vez menos tenido en consideración. Por ejemplo, Internet y el hecho de que todos quieran ser visibles en la Red, que todos quieran comunicarse, es una señal. No quieren estar en la oscuridad. La Antigüedad aparece como una dimensión en la que todavía había espacio para el individuo, el misterio, la aventura, para expandir la propia personalidad. Hoy la gran mayoría de las personas lleva una vida que no tiene ningún sentido: se levantan a la mañana, van a trabajar, hacen lo mismo todos los días, vuelven a la noche a su casa, encienden el televisor y se van a dormir. Esto, trescientos días al año. Y cuando se toman las vacaciones, van a los mismos lugares a hacer lo mismo que hacen todos. Por eso la Antigüedad es another time , another place , un lugar donde de algún modo todo era posible y todo era imposible. De hecho, podía suceder que un muchacho de 21 años como Alejandro tuviera el mundo de rodillas, frente a él, a la edad de mi hijo, a quien mi mujer todavía persigue diciéndole: "Comé la banana". Y también está la cuestión del exotismo y la curiosidad por dialogar de alguna manera con los propios antepasados. Hay muchos aspectos que ayudan.
-¿Quizás también ayude el hecho de que ya no existe una épica moderna?
-La épica no existe más. La épica fue el cine por un cierto período de tiempo. Pero también ahí estamos en las últimas fronteras. Sí, está Avatar pero después de Avatar, ¿qué se puede hacer?
-¿La vio?
-Sí, el distribuidor para Italia, que es muy amigo mío, quiso que yo estuviera en el estreno.
-¿Le gustó?
-Bueno... Es un film extraordinario desde muchos puntos de vista. Pero su importancia es que uno se da cuenta de que hemos llegado a un punto en que ya no hay nada imposible. La verdad es que ahora ni siquiera recuerdo la trama de Avatar , me acuerdo más de los pitufos. Las películas que me sé de memoria son Blade Runner , de Ridley Scott, 0 The Blues Brothers , o Matrix , el primero, o El Padrino . Es decir, ese tipo de películas que te quedan impresas porque están construidas de manera potente, con densidad sentimental, emotiva, con potencia expresiva. Es ése el tipo de películas que recuerdo. Avatar es una orgía óptica pero no me convence.
-¿Hay reglas en cuanto a la imaginación histórica? ¿Cuál es el equilibrio entre la imaginación histórica y la ficción o la invención?
-La imaginación es ficción. Si nosotros hablamos de una novela, prescindiendo del período en que está ambientada, porque no cambia nada, siempre es imaginación. El otro día presentaba Los idus de marzo en Estados Unidos y en un momento me preguntaron cuánto hay de auténtico y cuánto de imaginación. Y es todo imaginación, si bien todo lo que cuento ha ocurrido en la realidad. Porque cuando habla César y hay un diálogo entre él, y por ejemplo, su mujer, o entre él y Cleopatra, soy yo el que habla. ¡No es él, no es Cleopatra, soy yo el que habla! De lo que realmente dijo César en su vida tendremos poquísimas frases que nos han llegado. Por lo tanto, es todo imaginación. Al mismo tiempo, digamos que mucho de lo que sucede en las páginas de la novela realmente ha sucedido. ¡Es otra dimensión! La historia con H mayúscula es el intento colectivo de la humanidad de construir una memoria común. La memoria después se transforma en identidad, algo de lo que tenemos una necesidad absoluta. Nadie puede vivir sin memoria, nadie puede vivir sin identidad. Pero sustancialmente hay dos dimensiones: la cronológica (esto pasó antes, esto pasó después) y la "política" (esto pasó debido a esto y tuvo estas consecuencias). La literatura tiene una tercera dimensión que es la de la vida, de los sentimientos, de las emociones, del terror, de la ansiedad, del amor. Tiene la capacidad de recrear ambientes. Ninguna página histórica mueve sus personajes en una situación ambiental de la misma forma, de modo unitario. Tenemos, por ejemplo, textos especializados que hablan de la vida cotidiana de Roma en el siglo I. Pero si hablamos de César, es todo un discurso, a nivel histórico, político, ideológico y cronológico. Son dos formas expresivas totalmente distintas.
-¿Como investiga los temas?
-Bueno, en literatura la investigación es bastante esencial pero no es tan radical, profunda y abarcadora como en el campo científico y es muy distinta de la que se hace en el ámbito histórico y científico. Por ejemplo, nada de lo que se cuenta en mi novela La torre de la soledad es verdadero, pero es una de las novelas que más me gustan. Tomemos la Odisea , que es para mí la novela más grande de todos los tiempos: nosotros sabemos bien que los cíclopes no existen, que las sirenas no existen, que los monstruos no existen, pero sin la Odisea seríamos mucho, mucho más pobres. Porque ahí el tema es otro: es contar la historia de un hombre en el que todos nos reconocemos. Cada uno de nosotros se reconoce en el protagonista de la Odisea , en esa ansiedad de ir siempre más allá, de perseguir un horizonte que se aleja cada vez que tratamos de acercarnos. El hecho de querer ir lejos pero también querer volver, las contradicciones del hombre, sus sentimientos, que son contradictorios pero que son el sentido de la vida, la sal de la vida. En suma, la investigación tiene como fin sobre todo dar un ambiente que sea auténtico. Si yo planto una banana en el jardín de Julio César, ya está, no es más algo creíble, no tiene más sentido, se descubre enseguida lo falso.
-¿Entonces no está escribiendo ninguna novela ahora?
-No. Mi última novela fue Los idus de marzo, que presenté en Estados Unidos hace unas semanas.
-¿Qué diferencia hay entre su Idus de marzo y lo que hizo Shakeaspeaere?
-Que Shakespeare es un genio y yo no [risas]. Yo soy una persona dotada de alguna capacidad de imaginación, de intensidad de sentimientos y de capacidad emotiva, pero Shakespeare era un gigante, como Dante Alighieri. Dante siempre me impresionó porque escribió una carta a su protector Cangrande della Scala que dice :"Yo vi en serio las cosas que escribí". Lo cual obviamente no es cierto porque Dante no fue al infierno ni al purgatorio ni al paraíso... Esperemos de todos modos que exista el paraíso, porque se lo ha merecido. Su mente, su potencia imaginativa lo hicieron real. Nunca me olvido de una frase del film Matrix , el primero: "Your mind makes it real" (Tu mente lo hace real), no hay nada más cierto... ¿Cuántas veces a la una o la dos de la mañana, mientras escribo en la oscuridad, con la música, se me llenan los ojos de lágrimas, o siento terror y tengo que parar, mirar un poco de televisión e irme a la cama? ¿Por qué? Porque uno se autosugestiona y es el modo con que uno puede comunicar emociones a la gente. Esto queda confirmado por el hecho de que la gente me para en la calle y me dice: "Leí todo lo que usted escribió", y las ediciones económicas de mis novelas son reimpresas cada cuatro o cinco meses en Italia y también en el exterior.
-¿Cómo es su rutina?
-Lo ideal sería sentarse a escribir cuando uno tiene ganas. Pero en la realidad la vida es distinta. Existen empresas con miles de empleados que ponen en pie toda una maquinaria y uno no puede hacerse la estrella de Hollywood. Existe también un aspecto profesional por el cual, si uno se compromete a entregar el libro tal día, hay que tratar de cumplir. Dicho esto, uno logra desarrollar la capacidad de sumergirse repentinamente adentro de una gran aventura como si no hubiera pasado nada. Yo prefiero trabajar de noche.
-Es un pájaro nocturno...
-Sí, todas las mañanas hago una hora de gimnasia, después leo los diarios, los mails, respondo mensajes, llamados. De tarde estudio, me preparo, pero para la narrativa trabajo de noche. Para los ensayos no, escribo de mañana o en la tarde. Como estoy firmemente convencido de que mis lectores esperan de mí una gran historia y emociones fortísimas, no estoy dispuesto a escribir una página que no merezca ser escrita. Por eso, tengo que trabajar en condiciones ideales. Yo no podría nunca trabajar en un hotel o en una estación. Puedo hacer trabajos de corrección o revisión de cosas ya escritas. Pero nunca lograré componer en un avión, en un tren o en un no lugar.
-¿Y escucha música clásica o de qué tipo mientras escribe?
-No, no. La música clásica es tan importante que termina por distraerte. Uno piensa en Beethoven y no piensa en la historia...
-¿Radio?
-No, son músicas ambientales. Tengo una persona que me hace especialmente unas compilaciones de diversas músicas. Me di cuenta de que para mí la música era vital, fundamental y conocí casualmente a una persona que se ocupa de eso y que elige las músicas. Yo ni siquiera sé lo que estoy escuchando, ella me prepara cosas extraordinarias, la alfombra narrativa: música de suspenso, de terror, patética, etcétera. Es la banda musical de mis sueños o de mis pesadillas.
-Si usted llega a un capítulo dramático, ¿ella ya sabe?
-Cuando yo empiezo a escribir, mi historia ya existe. Entonces le digo: "Mirá, voy a necesitar sustancialmente estas atmósferas", y ella me crea eso y me manda los CD.
-¿Fuma?
-Fumo dos cigarrillos por día.
-¿Cuáles son sus escritores preferidos contemporáneos? ¿Autores de novelas históricas?
-No leo novelas históricas, sino que leo de todo. Hace poco leí La elegancia del erizo . Pero también leo a Saviano, a Valerio Evangelisti, a McEwan... Leí mucha literatura del siglo XIX. A menudo releo los clásicos: Tolstoi, Dostoievski, Manzoni, Verga. Lamentablemente, en los últimos tiempos escribo más de lo que leo.
-Para terminar, usted dice que todas las novelas en verdad son históricas, pero ¿es menos artista un escritor de novelas históricas?
-Depende. Hay escritores que tienen un buen conocimiento de una determinada época y piensan que eso es suficiente para ser escritores. Y hacen ese híbrido que yo no amo mucho y que llaman historia novelada. En realidad, son personas que no tienen la capacidad de inventar una historia, por lo cual, como la historia ya está hecha, la cuentan como una ficción. Eso es un tipo de literatura menor, sin duda, porque no hay creatividad. Pero, por ejemplo, la literatura italiana moderna comienza con Los novios , de Alessandro Manzoni, que es una novela histórica y una obra maestra. ¿Por qué? Porque existe una historia que imaginó él, pero también existe la descripción de hechos reales, por ejemplo la peste de Milán, que es algo como para quedarse sin aliento. Ahí está la potencia creativa de un gran genio, que toma un hecho histórico y lo transforma en una visión onírica, de pesadilla, de una potencia devastadora. El dónde y el cuándo son relativos, lo importante es que salga una gran historia, que apasione, que cautive, que encante.
© LA NACION

Lengua de Manual


Lengua de manual
Silvia Hopenhayn Para LA NACION
El "cómo se dice" suele estar reñido con el "cómo se escribe". Y la gramática se ubica entre uno y otro, arbitrando la disputa. No es una ley ni un estamento. Pero su régimen tiende a ser longevo. Y, a veces, arrastra prejuicios o arcaísmos que agrandan la brecha. ¿Miedo a la lengua suelta, a soltar la lengua? Bien o mal decir, ésa es la cuestión (aunque esto exceda la gramática).
En todo caso, el manual más antiguo es Astadhia ia, un estudio sobre el sánscrito escrito por Pánini en la India unos 500 años a.C. Se conocen también las disertaciones de Sócrates y de Aristóteles, siempre renovadoras y atractivas. Pero el primer tratado completo fue compuesto por Crates de Malos en el siglo II a.C. Lo más llamativo es que el libro que nos rigió durante algunos siglos fue la Grammatica , de Antonio de Nebrija. Y, vaya coincidencia -como si el estatuto de la lengua dictaminara el sentido de la historia-, ese manual fue publicado en el año 1492. Desde entonces, fuimos colonizados por las prescripciones gramaticales de España, o sea, el deber del decir.
Otra fecha importante, con respecto a la gramática académica, es 1931, período de entreguerras en el que se puso al día la sintaxis. Desde entonces, la lingüística y la sociolingüística, junto con la semiótica y las gramáticas generativas de Chomsky, no han cesado de discutir acerca de la normatividad del lenguaje. Ahora aparece una suerte de resultado ecuánime, o que intenta serlo, en la Nueva gramática de la lengua española , presentada como manual, editado por la Asociación de Academias de la Lengua española, con casi mil páginas.
El trabajo duró once años y actuaron 22 academias de la lengua española, que establecieron normas lingüísticas para todos los hispanohablantes, bajo los siguientes criterios: colectivo (variables geográficas y sociales de la lengua), panhispánico, descriptivo (no prescriptivo, más cercano a las distintas formas de construcción), práctico (referencia para estudiantes y profesores de español), normativo (usos recomendados y desaconsejados) y sintético (conjuga tradición y novedad).
Puede resultar útil hallar en estas páginas la definición de un uso, pero al mismo tiempo provoca cierta comicidad el intento académico por ceñir algo tan móvil, cambiante y subjetivo como la lengua. Sobre todo, en tiempos de lenguajes construidos, desde el esperanto hasta los propios lenguajes de la ficción, como el "tlhingan", el idioma de los klingon, la raza humanoide del universo de Viaje a las e strellas, o el "quenya", la "alta lengua" de los elfos de Valinor, una de las quince ideolenguas inventadas por Tolkien, o el "finneganian", como llama Umberto Eco al creado por Joyce.
Más allá de las definiciones y ajustes gramaticales, necesarios quizás en ámbitos estrictamente académicos, lo novedoso de este manual es la aplicación de miles de citas literarias, mediáticas y de la oralidad que vivifican la teoría. Un ejemplo: "Admiten una interpretación atributiva de naturaleza igualmente estereotípica de los verbos formados sobre nombres de animales. Esa interpretación se suele asociar al comportamiento que se les atribuye, como puede apreciarse en caracolear, cotorrear, gatear, mariposear, etc". Y citan del Adan Buenosayres de Marechal: "Me veo? ante una muchedumbre de gaznápiros que me alacranean". La vida es bella en su decir.

LA POBREZA LEXICA

Palabras buenas, palabras malas...
Hasta no hace mucho tiempo tenían la entrada absolutamente prohibida en los medios escritos. Si por algún motivo había que ponerlas, se las disimulaba púdicamente con la inicial y puntos suspensivos. La convención era bastante ridícula, pues al darles un tratamiento diferente, se las destacaba más.

Por Lucila Castro

Hasta no hace mucho tiempo tenían la entrada absolutamente prohibida en los medios escritos. Si por algún motivo había que ponerlas, se las disimulaba púdicamente con la inicial y puntos suspensivos. La convención era bastante ridícula, pues al darles un tratamiento diferente, se las destacaba más. Pero, completas o abreviadas, en general se entiende que su uso sólo se justifica en ocasiones muy determinadas. Consultada una vez, sobre si debían escribirse malas palabras en la prensa, dije que la prensa no era digna de ellas. Tuve que aclararlo. Dije, entonces, que tampoco era digno de ellas un tratado de filosofía o un recetario de cocina. Todas las palabras son dignas, pero unos lugares son dignos de unas, y otros, de otras. ¿Qué hace que una palabra sea considerada mala? No necesariamente el objeto que designa, pues el mismo objeto, por desagradable que sea, puede ser designado por una palabra buena. Tampoco el sonido (aunque a veces se hable de palabras malsonantes), pues el lenguaje más limpio de palabrotas puede ser al mismo tiempo insoportablemente cacofónico. Lo que hace que una palabra sea considerada una mala palabra es la convención de los hablantes. El carácter de mala palabra es tan convencional como las reglas de la sintaxis.
Las malas palabras no son incorrecciones lingüísticas, aunque pueden ser incorrecciones sociales. Son parte de la lengua. No son hijos bastardos sino tan legítimos como las voces de léxico general, las expresiones coloquiales y los tecnicismos. Pero cada cosa tiene su lugar. Una mala palabra puede herir los oídos de un oyente o los ojos de un lector, y puede herirlos porque esos oídos y esos ojos están adaptados para ser heridos por ella. Eso es la convención. En la lengua todo es convencional, hasta las interjecciones, que tan espontáneas parecen. ¿Por qué cuando me doy un golpe y me duele grito ay? Porque aprendí que ay indica dolor. Si mi lengua fuera otra, lo expresaría con otra interjección. Y si el uso de una palabra me ofende, me ofende porque aprendí que usar esa palabra es ofensivo. Pero el que las malas palabras puedan ofender a los lectores no es la única razón para no emplearlas. Las palabrotas y los vulgarismos son joyas del lenguaje expresivo y, por el carácter del material que, en general, difunde la prensa, no tienen cabida en ella. Las palabras hay que cuidarlas porque se gastan con mucha facilidad. Si abusamos de ellas, rápidamente pierden su fuerza expresiva. Lo mismo ocurre con las voces del lenguaje familiar que, aunque a nadie ofenden, en un texto periodístico deben dosificarse para que no pierdan su valor afectivo y su expresividad.
Si un mismo objeto puede nombrarse con una voz del léxico general, una palabrota, un término coloquial y un tecnicismo, por algo será. Esas voces no son equivalentes porque la comunidad de hablantes ha convenido en destinarlas a situaciones diferentes. Los hablantes en general y los periodistas en particular tienen en claro que ciertas palabras son malas palabras y no tienen lugar en un texto informativo. Pero, lamentablemente, no siempre tienen claras las diferencias en los otros registros. Así, hoy es común que nos informen del resultado de un examen de ingreso hablando de los bochazos o de la ausencia de diputados en una sesión como faltazos. O que en la sección Arquitectura de un diario se lea que algo a la gente “le importa un pomo”. Esas no son malas palabras, pero dejan una triste impresión: la de la pobreza léxica de quien las escribió. Y sospecho que eso se debe a que los jóvenes leen poco y malo y adquieren su vocabulario sobre todo por vía oral. De esa manera, no conocen los diferentes registros y no distinguen niveles. Esos coloquialismos, usados sin saber que lo son, me duelen más que las palabrotas, que en determinados textos pueden ser necesarias. No hay razón para eliminarlas al citar a una persona que las pronunció en un momento de gran emotividad o con una intención especial. En esos casos, respetarlas es informar y, afortunadamente, los puntos suspensivos están pasando de moda.
*Profesora en letras y periodista
Rima I
No me dejes con la agonía
de semana santa,
Con la desesperación y
las espinas en mi
Cuerpo, que puedo
Desangrarme de
Ansiedad.

Rima VI
Vivimos apresados en
La mente de los
Demás solo por hacer lo
Que ellos quieren y no
Pueden; por vivir
Apresados en la mente
De los demás.