Explosión Literaria

Pensar la literatura en relación con el arte, la fotografía y el cine puede ser un camino mágico que merece ser compartido.

La familia Lorante


Era una estrellada noche de verano, los integrantes de la familia Lorante estaban nerviosos e impacientes por conocer al nuevo miembro de la familia, Isidoro. Luego de mucho esperar, poco a poco la familia se fue acercando a la cama donde se encontraba la señora Agapanthus de Lorante amantando a su pequeño y pacato bebé. Sus abuelas, desesperadas por ver a su nieto, iban empujando tratando de llegar antes que los otros. Como era de esperar, la competencia entre sus abuelas no tardó en llegar.

– ¡Ay!, pero que hermoso muchachito, rubio como su padre- decía Antonita, la abuela paterna de Isidoro- ¿será fuerte como mi hijito?

– Bueno, eso no lo sabemos, ¡pero de seguro será tan inteligente como su madre!- respondió orgullosa la abuela materna de Isidoro, doña Matilda.

– ¡Y de su padre! Mi Robertito también es muy inteligente doña Matilda, ¿todavía lo duda?

– No, no, ¡su hijo es un genio! No me cabe ni la menor duda Antonita querida- respondía Matilda siendo más socarrona que nunca.

– ¡Hum! Mejor así, mejor así.

– Algún día, algún día voy a ser libre de esa vieja venática y baladrona- murmuraba alentándose así misma por lo bajo.

A pesar de aquellas discusiones entre las abuelas, el ambiente era muy alegre, todos la estaban pasando muy bien, o al menos eso parecía, toda la familia se encontraba con una sonrisa enorme.

Isidoro y sus padres recibieron venustos regalos, de toda clase de colores y tamaños. Entre los numerosos regalos se encontraba un paquete envuelto en papel de diario, el papel de diario no resultaba ser un envoltorio muy llamativo, pero de todos modos, Roberto sintió el deseo de conocer qué era lo que había en su interior, entonces se sentó en una silla del comedor y delicadamente comenzó a romper el envoltorio, el regalo era un longevo libro llamado “Seres absortos”, con cuidado de no romper sus lábiles hojas, Roberto fue observando los dibujos de unos inusitados seres que se encontraban en ellas. Luego de observarlo por unos minutos, lo escondió dentro de una caja pensando que asustaría al pequeño Isidoro, porque hasta él sentía que esos dibujos daban miedo.

La familia, nunca se ponía de acuerdo, algunos decían que Isidoro tenía pelo enrulado y otros decían que tenía pelo lacio, unos decían que tenía ojos azules y otros que tenía ojos verdosos, solo en una sola cosa se ponían de acuerdo, todos decían que Isidoro había nacido para la grandeza, y no se equivocaban, Isidoro era un chico muy especial y estaban a punto de descubrirlo.

Un niño talentoso

Con el correr de los años, Isidoro se fue convirtiendo en un niño curioso, timorato, comedido y jocoso, todos en el ignoto y jovial barrio decían que era todo lo contrario a un chico bullanguero, que a diferencia de otros, él era un niño muy seráfico, a Isidoro también le encantaba dibujar y por suerte lo hacía muy bien, todos los días decía a su madre que cuando sea grande sería un famoso pintor, tan pero tan talentoso que pintaría para los dioses…

Un día su madre le preguntó qué era lo que más le gustaba pintar, pero Isidoro no sabía qué responderle porque todavía no lo había descubierto, pero aquella pregunta lo dejó pensativo y zozobroso , durante un largo tiempo se dedicó a dibujar cada cosa que se encontraba en su imaginación, todos los días cuando llegaba del colegio buscaba una hoja de papel y con unos crayones comenzaba a dibujar lo primero que se le venía a la mente, generalmente dibujaba animales, pero él pensaba que el cuerpo del animal era lo de menos, no le interesaba si la gente a la cual le mostraba sus dibujos lograba darse cuenta que animal era en realidad o que dijeran que era un animal zancajoso, lo que más le interesaba era que sintieran que el animal los estaba observando realmente, como si de verdad estuviera frente a ellos y los estuviera mirando fijamente, por eso pasaba más tiempo repasando sus pestañas, sus cejas, sus pupilas, hasta que de alguna forma lograra que el animal estuviese tratando de decir algo, con tan solo una mirada.

Después de muchos años de practicar y practicar, Isidoro logró que sus amigos y su familia se impresionaran con sus dibujos llenos de vida, “¿cómo lo haces Isidoro? ¿Cómo?” le decían, “¡naciste para dibujar! Nunca me cansaré de decirlo”, continuaban, pero Isidoro sentía que algo le faltaba, sentía que dibujar animales, miradas… no era suficiente, él quería encontrar lo que realmente le gustaba hacer, dibujar algo grande, algo hermoso, y que verdaderamente le hiciera sentir que era una persona plena.

La abuela Matilda

El día de la semana que más le gustaba a Isidoro eran los jueves, porque su abuela Matilda lo visitaba y él, como siempre, la recibía con uno de sus dibujos. Apenas aprendió los días de la semana Isidoro se la pasaba preguntando qué día era, era tan impaciente que cuando su mamá le decía que era viernes y que tenía que esperar, se largaba a llorar y entonces su abuela tenía que ir casi corriendo a la casa a consolarlo. Pero Isidoro fue creciendo y a la vez aprendiendo a esperar y de disfrutar cada segundo que pasaba con su abuela, especialmente la hora de dormir, porque a esa hora Matilda se sentaba al lado de su cama y le contaba una historia, para que se duerma, entonces, a la mañana siguiente, Isidoro se levantaba y hacia un dibujo del cuento que su abuela le había contado.

Por fin era jueves, Isidoro esperaba a su abuela sentado en un sillón mirando la lluvia caer desde su ventana, “¿por qué tardará tanto?”, se preguntaba, “ella detesta a la gente morosa y ahora ella es la que demora!”, pensaba riéndose, pasaban las horas y su abuela no llegaba, estaba tan aburrido que decidió buscar un libro para leer, su madre amaba leer, por eso la casa siempre estaba llena de libros, diarios, revistas, etcétera, pero por lo general los libros que su madre leía eran libros sin dibujos, y era por eso que Isidoro casi nunca se acercaba a ellos ya que les parecían aburridos. Esta vez no le importó, él quería hacer algo para que el tiempo pasara rápidamente sin que él se diera cuenta y en este caso lo más entretenido que se le ocurrió, fue leer. Estuvo varios minutos buscando entre los numerosos libros que se encontraban en la gigantesca biblioteca, pero ninguno le llamo la atención, “¡tantos libros y no hay ni uno que me guste!”, pensaba, buscó por todos lados y cuando estaba a punto de darse por vencido encontró una caja roja con rayas amarillas, sin hacer mucho esfuerzo, Isidoro levantó la caja y la apoyó en su cama, al abrirla, encontró algunos libros viejos y juegos de mesa, cuando estaba a punto de cerrarla un descuidado libro cuya tapa estaba rota y descolorida impidió que lo hiciera, sintió unas fuertes ganas de saber por lo menos de que se trataba, hechó un vistazo y llegó a la conclusión de que ese libro no podía ser de su madre, ya que ella los cuidaba muy bien; Isidoro estaba en lo cierto, ese libro definitivamente no era de su mamá, no solo porque estaba descuidado, sino también porque estaba repleto de dibujos, pero dibujos de animales extraños, extraños pero increíbles. Quedó fascinado por el libro, a pesar de que quizá no era un libro muy dispendioso, para lo era, pero no por el dinero… Esforzando un poco la vista y utilizando un poco el sentido común logró leer el gastado y borroneado título: “seres absortos”. Ya habiéndose olvidado de su abuela, del día y de la hora, Isidoro fue corriendo a mostrarle el libro que tenía en sus manos, a su mamá, pero se desilusionó al darse cuenta de

que no le llamó mucho la atención y de que además le parecieron unos seres asquerosos.

Más tarde cuando su padre llegó a la casa luego de un largo día de trabajo, Isidoro se acercó a él y le mostró su libro, Roberto se acordó inmediatamente de aquel día que había escondido ese libro.

- ¿Dónde lo encontraste, Isidoro?

- Estaba guardado en una caja, en uno de los estantes de la biblioteca.

- ¿te gustan esos dibujos?

- Sí, no encuentro la razón por la cual no habrían de gustarme, papá.

- A mí me parecen que son unos animales un tanto desagradables, ¿para qué quieres tener un libro con esos dibujos?

- Estuve pensando en copiarlos, dibujarlos, agregando un poco de mi imaginación.

- Bueno, está bien, me gustaría ver esos dibujos cuando estén terminados.

- ¡ Vas a ser el primero a quién se los muestre, entonces!.

Entusiasmado, Isidoro salió corriendo a toda velocidad, a buscar sus crayones, cuando ya tenía todo preparado se acostó en el piso y empezó a observar detalladamente cada dibujo. El dibujo que más le impresionó fue el de unas tórridas criaturas acéfalas y facinerosas que volaban alrededor de un pomposo castillo, era increíble como el pintor se tomó tan en serio hasta el más mínimo detalle, todo era tan perfecto que parecía una foto. Isidoro pensó que el dibujo que mejor le iba salir era el de un turquí dragón con adustas alas, entonces, sin perder un segundo más, comenzó a dibujar el prominente dragón, repasó bien cada rasgo de su cara, especialmente sus ojos, pintó con delicadeza cada fibra de su cuerpo, poco a poco fue dándole vida al dibujo. Estuvo mucho tiempo pintando, sus padres comenzaron a preocuparse, Isidoro pasaba demasiado tiempo frente a las enormes hojas especiales para dibujar, que ellos le habían comprado, no salía de su cuarto ni para jugar con sus amigos, estaba pegado a su dibujo. Después de mucho trabajo y dedicación, el dragón por fin estaba terminado, Isidoro fue corriendo tan rápido que se llevaba las cosas por delante, cuando por fin llegó a la cocina le mostró a su papá el conspicuo dibujo. Roberto se quedó trémulo y estupefacto.

- ¿Esto lo dibujaste vos?

- Sí, papá, yo solito, ¿te gusta?

- Isidoro, acércate…

Isidoro, obedeció.

- Este es uno de los dibujos más sorprendentes que jamás haya visto- dijo casi sin voz.

- ¿De verdad?

Su padre no contestó, tenía una mezcla de joviales e inusitados sentimientos, sentimientos zozobrosos y que le daban una sensación un poco desagradable, pero en cierto punto llegaban a ser sentimientos agraciados. Agapanthus, al ver la macilenta cara de su esposo, se acercó para ver qué era lo que pasaba. Isidoro no entendía mucho la situación, sus padres lo estaban mirando con cara rara y actuaban raro, nunca los había visto así.

Después de unos minutos todo había vuelto a la normalidad, gracias a una charla que tuvieron sus padres a escondidas, sin que Isidoro se enterara.

Ese jueves, Isidoro no pudo dormir, se sentía acongojado, “ soy un fútil niño de diez años, no puedo hacer nada bien, lo único que quería era verle una sonrisa a mi padre, quería ver felicidad en su rostro, pensé que mostrándole mi dibujo, se pondría contento, pero lo que vi fue una cara pálida y estupefacta!”, pensaba, luego de pasar una noche entera pensando y pensando, se prometió a sí mismo que no dibujaría nunca más, pero no pudo cumplir su promesa, no dibujar, para él era prácticamente imposible, así que decidió dibujar a escondidas, sin que nadie lo viera, pero el problema era encontrar ese lugar..

La noticia

Estuvo un par de días buscando el lugar idóneo, hasta que por fin lo encontró, decidió que sería: el bosque del pueblo, “El bosque Denim”. Desesperado por dibujar nuevamente, fue corriendo a su casa, apenas saludó a su mamá dándole un exiguo beso en la mejilla, se trepó al armario y de un manotazo agarró el decrépito libro, tratando de no hacer ruido, bajó las escaleras del sótano y guardó en su mochila sus pinceles y pinturas. En un abrir y cerrar de ojos, Isidoro ya se encontraba dibujando dragones, sentado en una piedra del bosque mojando sus pies en un rábido arroyo, sentía que era feliz, pensaba que dibujar era dar vida, él era un creador, un creador de dragones, él ayudaba a los dragones a volar, dibujando sus alas, le enseñaba a defenderse, dibujando sus filosos y acérrimos dientes, dibujando sus garras asesinas, dibujando sus expresiones también dibujaba lo imposible, su personalidad, en todos sus dibujos se reflejaba una historia diferente, una personalidad diferente.

Todos los días, Isidoro iba al bosque a “crear” dragones, esa era su única razón de vivir, así pasaron los años, ya era una rutina, apenas llegaba del colegio, Isidoro salía casi corriendo de su casa, con su mochila llena de pinceles y pinturas, todos los días un dragón nuevo, estaba

repleto de dibujos, eran tantos que necesitaba tres grandes cajas para guardarlos todos, por supuesto que aquellas cajas estaban muy bien escondidas para que nadie pudiera ver lo que había estado haciendo durante cinco largos años, pero nada es para siempre, y su talento no iba a permanecer oculto por mucho tiempo más...

Un día Agapanthus estaba barriendo el cuarto de Isidoro, cuando se agachó para barrer abajo de la cama vio tres cajas cubiertas por una sábana, sin poder contener su curiosidad, abrió una y se encontró con los miles y miles de dibujos de dragones que su hijo había dibujado, no pudo contener el llanto, pasaban las horas y Agapanthus seguía mirando los dibujos. Ya se acercaban las cuatro de la tarde, su hijo no tardaría en llegar, así que guardó todo en donde estaba y continuó barriendo la casa, como si nunca hubiera pasado nada.

Isidoro escuchaba llorar a su madre todas las noches, siempre quiso preguntarle por qué, pero no se animaba porque casi nunca hablaban, eran muy pocas las veces que su madre le preguntaba cómo le había ido en el colegio o que simplemente mantuvieran una conversación, pero él tenía bien claro que esto se debía principalmente a que él casi nunca se encontraba en casa, entonces esta era la oportunidad para demostrar que él sí se preocupaba por ella.

Mamá, a veces te oigo llorar por las noches, ¿por qué lo haces?

No importa hijo, ya se me pasará.

A mí sí me importa mamá, no quiero verte sufrir.

Aquellas palabras tocaron el corazón de Agapanthus y no pudo evitar que una lágrima mojara su rostro.

Yo tampoco quiero verte sufrir hijo. Y si verdaderamente quieres saber el motivo por el cual lloro todas las noches... pues te lo diré, pero creo que este no es el lugar ni el momento.

¿Y entonces cuando será el momento? ¿dónde?- preguntaba desesperado.

Hoy a la noche, en tu cuarto.

Esa noche Isidoro sintió que se le iba a salir el corazón, esperó impaciente a que su mamá entrara a su cuarto y que le contara porqué había estado llorando durante tanto tiempo, cuando por fin entró se sentó en su cama y acariciando sus rubios cabellos comenzó:

Isidoro, lo que te voy a contar es algo que no te lo conté antes porque pensé que no contártelo sería la mejor opción, pero ahora me doy cuenta que no habértelo contado antes, fue una de las decisiones más modorras y estúpidas. Pero espero que por favor me comprendas, que logres entender que soy una madre desesperada, que solo quiere lo mejor para su amado hijo...

Mamá, ¿qué me estuviste ocultando?- interrumpió Isidoro.

Agapanthus respiró profundo, y con lo poco que le quedaba de voz pudo contestar:

Hijo, Roberto no es tu padre, tu padre desapareció en una excursión por el Bosque Denim, varios días estuvieron buscándolo, pero no encontraron rastros, todo lo que encontraron fue un dibujo de un dragón dorado, el amaba dibujar dragones, siempre hablaba de dragones, especialmente de uno dorado, como el que dibujó antes de desaparecer, un día me dijo que lo había visto en aquel bosque- contaba llorando- y, y no quiero que sufras el mismo destino que él- continuó- no quiero que enloquezcas.

Isidoro se quedó petrificado, lo que había hecho su mamá, no tenía perdón, era irremisible, sin mencionar una palabra, fue escuchando la historia que su madre le contaba, parecía un sueño, no podía creer que eso le estaba sucediendo, era una noticia muy fuerte, él había vivido una vida de mentira, su papá ya no era su papá, ahora resultaba ser que su padre era un dibujante de dragones desaparecido, tan impresionado estaba que se desmayó... en su desmayo pudo ver un dragón dorado, de figura esbelta y de mirada fija y penetrante, ¿sería su padre?, esa era una pregunta que nunca iba a poder contestar.

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